Movimiento feminista y nuevas formas de participación

Ana María Zlachevsky fotoAna María Zlachevsky
Decana Facultad de Ciencias Sociales, U. Central

Muchas personas que saben que fui feminista me han preguntado cómo pueden entender dicho movimiento. Indudablemente, no es fácil de explicar. En especial cuando digo que no se trata de un partido político; tampoco es una organización profesional u otra forma de estructura social o política conocida. Ello, dado que el movimiento no tiene una estructura estable, jerárquica, patriarcal y androcéntrica, como las que estamos acostumbrados a ver. Por el contrario, se trata de un movimiento socio-cultural que clama por lo inclusivo y que va en contra de las prácticas que estamos acostumbrados a presenciar.

El movimiento feminista es novedoso. Está conformado por muchos grupos distintos, en edades, roles, nacionalidades, orientaciones sexuales, escolaridad, acceso a los medios económicos y otros. Lo que les une es el rechazo a la sociedad patriarcal y a la posición secundaria en la que hemos estado las mujeres por siglos. Además, incluyen propuestas diferentes, incluso en la propia concepción de cómo entender el feminismo.

Se han negado a coordinarse desde la institucionalidad tradicional, donde la jerarquía y el poder se estructuran de una cierta manera, con los distintos bemoles que conocemos. Se rebelan a ello y proponen una nueva forma de organización social; un formato donde todas y todos podamos tener voz y voto, donde las distintas ideas de cómo deberíamos enfrentar los problemas sociales sean escuchadas.

Cuando nos detenemos a conversar con ellas nos sorprenden. Me decía una joven: “no queremos que los órganos de poder habituales que ustedes instauraron nos tiñan y se apoderen de nuestro movimiento, ya que esa forma de ejercer el poder tiende a burocratizarse con el tiempo y se crea una gran diferencia entre dirigentas y bases”. Por ello, en el movimiento feminista de hoy no hay dirigentas o dirigentes únicas(os), e intenta que tampoco existan líderes que se arroguen el derecho de representación. Así, se rotan las vocerías y se permite que en la asamblea todas y todos sean escuchadas y escuchados, aun cuando deban vencer el cansancio y estar conversando hasta altas horas de la madrugada.

De ahí surge la idea de coordinación, en lugar de organización estructurada. Quieren garantizar una forma de trabajo colaborativo en el que se escuchen y respeten mutuamente. Que todos los requerimientos que las mujeres u hombres planteen puedan ser asumidos por los demás a partir del concepto de respeto por el otro.

Esta invitación no es fácil de practicar, en especial para quienes nos hemos socializado en un mundo machista, androcéntrico y patriarcal. Pero, si aceptáramos el llamado de las jóvenes feministas de hoy, tal vez podríamos construir una sociedad realmente democrática, al estilo de la polis griega, en que los ciudadanos —y esta vez las ciudadanas—, seamos escuchados y escuchadas. Una sociedad en que todas y todos tengamos voz. Indudablemente, es una tarea de largo aliento, pero – ¡qué duda cabe!- es una acción social transformadora en la que en lugar de las armas y la violencia está el recurso de la palabra, el diálogo y el respeto por la otra y el otro. Creo que no solo las debemos apoyar, sino reflexionar sobre este interesantísimo movimiento socio-cultural que hoy nos convoca a pensar nuestras sociedades e incluir en ellas nuevas prácticas sociales donde la igualdad de derechos sea la tónica.

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